. . .Y la semilla caía en el suelo.
. . .Y la diminuta semilla crecía
se hacía árbol frondoso,
cuya copa apuntaba a lo alto y se llenaba de jolgorio cantarín,
de pájaros inquietos,
de vida desbordante.
A su sombra, encontraba descanso el caminante,
sosiego el labriego fatigado,
abrazo entrelazado el amor enamorado.
Y aprendimos en la diminuta semilla,
a valorar lo pequeño,
a cuidar los detalles de la vida,
a agradecer favores,
a brindar una sonrisa,
a ofrecer una palabra de aliento,
a ser más humanos y sencillos,
porque lo pequeño,
es germen de vida nueva
es germen de vida nueva
que se multiplica, que se reparte gratis,
haciendo felices
a quienes
tienen el valor de cuidar, regar y alimentar
a quienes
tienen el valor de cuidar, regar y alimentar
los pequeños detalles cotidianos.
A. Castro
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